Ese momento en el que las palabras ya no pueden decir nada y ya no son nada, solo queda la acción, la acción temida y preparada para ser emprendida. Esa acción que lo dice todo o que le quita el sentido a la más mínima explicación, a la más mínima esperanza. Esa acción cuyo final, perfectamente predecible, acabará por volvernos locos, más locos de lo que ya somos. Locos de atar. Pero entonces podremos decir que sí, que deben encerrarnos, pero que gracias a esa acción sabemos que estamos vivos.
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